Narrado casi totalmente en idioma náhuatl, el video documental Nin Tekuani (Ángel Gabriel Álvarez, 2010. Estado de Morelos) abrió este lunes la competencia oficial del VI Festival de Cine y Video Indígena, en Morelia.
Subtitulado La identidad de un pueblo que se niega a morir, el material se ocupa de la fiesta que, entre diciembre y febrero de cada año, se realiza en la comunidad de Alpuyeca, Morelos, en conmemoración de la Virgen de la Purísima Concepción, patrona del lugar, y a quien está dedicado el 8 de diciembre.
La parte esencial de los festejos es protagonizada por la ancestral Danza de los Tecuanes o La caza del tigre, una manifestación artístico-ritual que se remonta a tiempos prehispánicos: ya la documenta Fray Bernardino de Sahagún en su Historia General de las cosas de la Nueva España (1540 - 1585).
A lo largo de casi cincuenta minutos, Nin Tekuani detalla desde las características y hechura de los instrumentos musicales que acompañan los festejos hasta la confección de los atuendos para la danza y las 12 estaciones narrativas que conforman a esta última a lo largo de sus aproximadamente 240 minutos de duración.
Entre una y otra cosa, el protagonista del documental es el pueblo de Alpuyeca, quien se entrega cada año a los preparativos de la fiesta con un poderoso sentido de devoción.
Este asunto de la devoción es importante. Ya en entrevista con este blog, al término de la función, Ángel Gabriel Álvarez detallaría que fue ese rasgo el que más lo atrajo a la hora de decidir conservar la memoria de la danza ritual en un testimonio audiovisual.
Con la mirada directa propia del buen periodista (antes de convertirse en videoasta, Ángel Gabriel Álvarez ha sido un reportero que se ha desenvuelto tanto en la prensa escrita como en medios electrónicos) Nin Tekuani se distribuye en cinco segmentos definidos que se ocupan de otros tantos temas. A saber: la crónica pormenorizada del discurso de la danza en sí misma; el seguimiento de los tres días que conforman la parte central del festejo (los preparativos de los días 6 y 7 de diciembre, así como la jornada climática del día 8); el registro de la jornada conclusiva de la fiesta, en el mes de febrero; entrevistas con distintos participantes de los festejos, captando sus recuerdos y opiniones sobre la misma, y documentación de campo a lo largo de varios meses para dar testimonio de diversos preparativos que van desde la organización social de la comunidad de acuerdo a usos y costumbres centenarios hasta la manufactura y preparación de distintos elementos que intervendrán en las conmemoraciones.


En la parte nucléica del filme, dedicada a describir los contenidos que se expresan en la danza de los Tekuanes, el video narra los episodios que dan sentido a cada una de las dos partes en que se distribuye el ritual festivo, en la primera de las cuales se da cuenta de la búsqueda del feroz animal, mientras que en la segunda se describe la cacería del Tekuán.
Estructurada a modo de leyenda, la historia que narra esta danza habla de cómo, hace mucho tiempo, al Salvadorchi, que era el hacendado local, le habían llegado rumores de que por sus tierras andaba rondando una temible criatura. Tanto él como los demás habitantes del pueblo andaban inquietos por los rugidos que se dejaban oír por los campos y que pertenecían al animal más temido por todos: el tigre.
Inquieto por la presencia de la bestia, el Salvadorchi manda llamar a su capataz (el Mayeso), al cual le pide ir en busca del tigre para matarlo. Este último dice que un hombre solo no podrá cumplir esa tarea y obtiene el permiso de contratar a un segundo personaje que figura en las danzas: el Changuasclero, famoso por su habilidad para confeccionar trampas.
Desgraciadamente, las habilidades del trampero son rebasadas por la astucia del felino, de modo que el Mayeso contrata a un virtuoso en el arco y la flecha: el Flechero, pero este último también fracasa en la empresa, tal como le ocurrirá a un personaje posterior: el Lancero.
Muy preocupado por los hechos, el Mayeso decide pedirle ayuda a un cuarto personaje; el Monterrey, “quien quizás era simplemente un extranjero que pasaba de visita por aquellos rumbos”. Como sea, a su vez el Monterrey fracasa y esto lleva al Mayeso a terminar pidiendo ayuda a el Rastrero, que es un experimentado cazador al que siempre acompaña su mascota, la Perra.
Auxiliado por su animal, por otros dos nuevos personajes (el Tirador y el Gerbacio), el Rastrero traba feroz combate con el tecuán y entre todos consiguen, al fin, darle muerte.
Lo curioso de esta historia es que, naturalmente, se pueden rastrear en ella distintas metáforas que aluden al tema de la colonización por parte de los españoles y el sometimiento de los grupos indígenas. A fin de cuentas, ¿Qué otra cosa es el tekuani sino la manifestación simbólica de las fuerzas telúricas, de las potencias silvestres e indomadas de los naturales de Mesoamérica? De allí que, desde una aproximación al mito desde este ángulo, en la danza del Tekuani la muerte del feroz tigre no representa sino la simbólica dominación del español sobre el indígena.
Pero quedarse en esta lectura sería, a su vez, tremendamente reduccionista. Ante todo, porque –aunque sea una interpretación contemporáneamente correcta, dados los hechos que nos llevaron a los tres siglos de la época colonial–, no es fiel a las verdaderas raíces precolombinas de esta práctica. En este sentido, otra aproximación importante al mito y al ritual, y que es precisamente la que enarbola este documental, es la que propone que la danza del Tekuani es una herencia cultural de los primeros pobladores de la región, es decir, los Olmecas, para los cuales el jaguar (tigre) representaba a una divinidad de la fertilidad y de la fecundidad, tal como documenta cierto bajorrelieve que se localiza en el Palacio de Cortés, en Cuernavaca, Morelos.
A este sentido original se añade el hecho de que la danza del tekuán cumple hasta nuestros días una función específica en la comunidad de Alpuyeca, que es la oración que se eleva por la generosa lluvia y por la buena siembra (ambas preservadoras de la vida de los hombres) y cuestiones indispensables entre comunidades esencialmente agrícolas). Estas devociones están actualmente poderosamente conectadas con la adoración que se le rinde a la Virgen de la Purísima Concepción.

Originario del DF, pero radicado en Cuernavaca, el videoasta y periodista Ángel Gabriel Álvarez, 2010 dice en entrevista con Poliedro que, durante su trayectoria como comunicador, se ha ocupado tanto de reportajes de tema social como de saqueo de arte sacro y de conservación del medio. “Mi trabajo para medios electrónicos fue lo que me acercó al documentalismo. Creo que el lenguaje audiovisual es una herramienta importantísima en nuestros tiempos para mostrar aquellas cosas que nos son ajenas, por ejemplo las tradiciones, las creencias y la forma de vida de las comunidades étnicas del país. Esto es, en todo caso, lo que me motivó a filmar este documental acerca de la Danza de los Tekuani: mostrar esa parte que desconocemos, qué hay del otro lado. Lo asombroso de una tradición como la de esta danza, es que sobrevive a pesar de la miseria en la que viven las comunidades. También es uno de los canales más poderosos para preservar el idioma materno de la región, que es el náhuatl”.



La pequeña semilla en el asfalto
Realizado entre 2009 y 2010 y estructurado a partir de cuatro historias que se van intercalando para poner a dialogar tanto sus afinidades como sus contrastes, el documental La pequeña semilla en el asfalto es una exploración acerca de la manera en que las jóvenes generaciones pertenecientes a distintas etnias chiapanecas asumen las riendas de su destino y comienzan a escribir sus propias historias. Historias insertas en un mundo global que es, al mismo tiempo, cosmopolita pero intolerante, lleno de oportunidades nuevas, pero también de viejos prejuicios.
A lo largo de 77 minutos de duración, el filme nos muestra los casos de Dolores Santiz, Pascuala Díaz, Floriano Enrique (el Ronyk) y Flavio Jiménez, cuatro indígenas que abandonaron sus comunidades maternas, algunas muy adentro, en la selva lacandona, a fin de abrirse paso en la ciudad de San Cristóbal de las Casas, casi todos ellos con el objetivo preciso de emprender o continuar sus estudios superiores al seno de la Universidad Intercultural.
Desde este punto de partida, cada una de las cuatro historias exhibe los retos, dilemas y anécdotas de los personajes durante sus esfuerzos por abrirse paso y encontrar su lugar en el México actual.

En entrevista, Pedro Daniel López López indica: “Me importaba mucho poder reflexionar acerca de lo que ha estado pasando en Chiapas a partir de 1994, cuando se dio el alzamiento del EZLN. Desde entonces, por ejemplo, los procesos de migración desde las comunidades a centros urbanos, han aumentado. Muchos jóvenes se van a las urbes, sobre todo, a emprender estudios. Algunos de ellos salen de sus comunidades y nunca más los vuelven a ver, pero está la otra parte, que en la película la representan personajes como el de Flavio López, que siempre está pensando en su gente, en su familia, precisamente porque tiene una conciencia social debidamente formada. De hecho, siendo todavía un niño, él fue promotor de salud durante la guerra de 1994-95 contra los zapatistas y su misma familia fue parte del movimiento zapatista, de modo que es natural que él esté muy vinculado a su comunidad. El otro lado de la moneda es Pascuala. Ella dice: ‘yo me quiero ir a otro Estado donde me pueda desarrollar, seguir estudiando y encontrar un destino mejor’. A mí me parece que las dos cosas son válidas; en todo caso, se me hace muy difícil juzgar quién tiene más razón que otro. Todos tenemos derecho a buscar nuestra mejor manera de vivir”.
Interrogado al respecto, el cineasta agrega más adelante:
“Yo elegí estas historias porque sentía cierta urgencia por hablar de qué es lo que está pasando con los jóvenes indígenas, de manera muy precisa en San Cristóbal de las Casas, que es una ciudad muy especial porque en ella viven los coletos, que son los que se hacen llamar a sí mismos descendientes directos de los españoles. Ese orgullo los vuelve muy racistas, muy discriminadores y, a causa de ese rasgo, en San Cristóbal de las Casas siempre se ha dicho que los indígenas ‘nomás llegan a invadir, a estorbar y a ensuciar la ciudad’. Entonces me interesaba mucho contar historias como las que aparecen en La pequeña semilla en el asfalto para demostrar que eso no es verdad, que los indígenas sí estamos aportando. Que somos artistas, científicos, comunicadores… Que somos inteligentes, que tenemos sueños y metas, sobre todo entre los jóvenes”.



“Hay muchos procesos –reconoce después–. En Chiapas hemos tenido la experiencia de un levantamiento armado y hay muchísimas cosas de qué hablar. Sobre todo porque prácticamente todo el cine mexicano se ha quedado con sus ojos fijos en el centro y siempre habla del DF o de conflictos entre personajes de clase media. En Chiapas, en cambio, hay miles de historias; serían interminables de contar”.
Abundará más tarde acerca de su interés por explorar un tercer tema con este filme: lo que ha pasado con la Universidad Intercultural, que fue un legado del gobierno federal foxista. Dice:
“Fue muy curioso lo que ocurrió con la primera generación de egresados. Algunos acabaron su carrera y no sabían qué onda con sus vidas. Otros querían convertirse en profesores, porque se dispersó un chisme en el sentido de que a varios podrían darles plazas, pero finalmente resultó ser una mentira; luego se dijo que se les podía insertar en el sector turístico, pero eso tampoco resultó cierto. Muchos jóvenes estaban muy desilusionados, algunos pensaban en tomar la universidad. Dolores, que es uno de los personajes de mi documental, dijo: ‘no hay qué esperar a que nos den, hay que innovar nosotros fuentes de trabajos’. Y eso es precisamente lo que está haciendo. Ella está echando a andar una cooperativa de tejido, está trabajando mucho lo que es la elaboración artesanal del pox (un aguardiente tradicional chiapaneco) y su objetivo es crear un centro ecoturístico donde el visitante pueda conocer el proceso para hacer el pox, así como los procesos para la artesanía y a la vez vender esos productos”.
“Hay muchas historias –concluye– y narrándolas habemos muchos videoastas, activistas, líderes, cooperativas, mujeres… Me siento a gusto porque estamos demostrando que sí sabemos”.

El filme La pequeña semilla en el asfalto comenzó a ser desarrollado con una beca de la fundación Rockefeller. “Pero se acabó el dinero y creí que se iba a quedar en cortometraje. Tenía una versión de 35 minutos. Luego, en el Festival Internacional de Cine de Morelia de 2008, acudí a una charla sobre cine indígena y platiqué del proyecto. Estaba de moderadora Marina Stavenhaggen, directora de Imcine, y me dijo que la presentara a las convocatorias del Instituto. La inscribí y resultó seleccionada. Vimos que podía dar para un largo. Grabamos más material y nos llevamos seis meses de edición. Luego, durante todo 2009, fue postproducción: corrección de color, diseño de audio… pero también nos tocó la crisis y eso nos causó muchos problemas porque la mayoría de los presupuestos y cotizaciones eran en dólares. Tuvimos que negociar y la directora de Imcine nos apoyó para hacer el transfer de video a 35 mm. Ese fue el proceso para filmar esta película”.




Fragmentos de la entrevista con el realizador Ángel Gabriel Vargas, del documental Nin Tekuani.