Logo mono / grupo Abrigo-Bubamara

La inmolación como

declaración estética

EN VIDEO / Logo mono, fragmentos


Un anhelo permanente y subversivo de romper con la cuarta pared teatral impulsa y pone en tensión los contenidos del monólogo Logo Mono (Alfonso Plou, 2006). En primera instancia, esa voluntad procura rescatar a la experiencia escénica del mero entretenimiento (superficial, epidérmico, anecdótico) y devolverle su papel como una revelación (existencial, mítica, ritual, política, dionisíaca), pero esta primera vocación muestra pronto alcances más ambiciosos.
Logo Mono es ante todo un acto de desenmascaramiento como reafirmación estética, pero también como declaración política. He aquí a la actriz q ue sale a escena, sabedora de que dispone apenas de ocho minutos para decir lo que tenga qué decir y proponer un momento trascendente para sí y para su público. Su primera determinación es rechazar artificios: descarta cualquier pose que le asegure la atención de los espectadores y, en cambio, asume el riesgo de mostrarse tal cual es. Desde esa postura su primer acto deliberadamente teatral es prender un cigarro y fumar.
El gesto, tan anodino, pero preñado de veracidad escénica, desencadena una sucesión de agrias reflexiones acerca del compromiso artístico y de la violencia en nuestro mundo actual. Lo hermoso del texto es que, a través de estos y otros tópicos (el esnobismo contemporáneo, el cinismo, la hipocresía…), el autor de Picasso adora la mar (2002) y Esperando un mundo (2003) va templando por grados sucesivos el desarrollo y consumación de su gran tema de fondo: el del compromiso y la responsabilidad de cada quien para impedir que la realidad (y no solamente el teatro) siga siendo ese otro espectáculo de vesianismo y frialdad indiferente en que la hemos convertido.

El monólogo, en dirección de José Ramón Segurajáuregui y con la actuación de Sheyla A. Rodríguez, tuvo su temporada de estreno en el foro Bubamara A.C., que se localiza en la avenida Acueducto en Morelia. El lugar se viene sumando a otros espacios escénicos alternativos en la capital michoacana y es importante citar esto porque de la mano de tales recintos se abre el camino de una diversidad muy necesaria en la ciudad. La producción ha corrido a cargo de Fabritzio Gutiérrez Bucio.

Acerca de la puesta en sí sobresale una escenografía concebida a partir de una decena de sillas: pequeño laberinto de nodos, pero también sucesión de puntos de espacio vacío y, por tanto, potenciales para cualquier posibilidad y para cualquier ocupante. La dirección de Joserra, muy limpia, necesita terminar de madurar a partir de una temporada aún larga de funciones para que los trazos y marcajes dejen de notarse y el ritmo fluya con mayor naturalidad. Por lo que hace a la actuación en sí, Sheyla hace un buen esfuerzo pero cierto persistente problema de engolamiento con su voz le impide alcanzar los momentos de intensidad necesarios. Por suerte, este engolar la voz no es en ella un asunto de ampulosidad o afectación, sino una cuestión más bien fisiológica: hay que trabajar todavía bastante para terminar de educar ese diafragma.

Logo Mono tiene un desenlace trágico. Esta no es la primera vez que el tema de la muerte de un personaje se emprende desde una experiencia parateatral (que procura disolver la frontera representación / realidad): ya hace algunos añitos se estuvo representando en el Palacio Municipal moreliano El veneno del teatro, de Rudolph Sirera, que se ocupaba de un asunto similar. Sin embargo, en Logo Mono el tema de la muerte tiene una clara resonancia social y política. No se trata de la muerte del personaje en sí, sino de la posibilidad latente de la muerte y del por qué o del para qué de ella como un acto de protesta soberana y voluntaria. La alternativa del suicidio, no como gesto de desesperación, de debilidad o de abandono, sino como reivindicación de cuanto es dionisiaco e irracional en un mundo marcado por la maldición del cálculo, la oferta y la ganancia.
Lilith / Colectivo Luna Llena

Vestales de viento y fuego

Yo soy Lilith, la innombrable, la Shejinah, la primera mujer de Adán. Soy mujer y soy demonio; el demonio del deseo, la mujer que se introduce en los sueños lúbricos, la de pubis de fuego; el demonio de la rebeldía, la mujer insumisa; el demonio de la libertad, la mujer nocturna de barro de la tierra; mis Lilim se han mezclado con las hijas de Eva. Los vástagos de Adán me niegan porque, incapaz de reflejar mi imagen, soy el espejo de sus miedos.

Lilith / Teresa Dey

En Video / Lilith, del colectivo Luna Llena


Son cuatro presencias o, mejor aún: una sola presencia fragmentada en las cuatro letras sagradas e impronunciables del nombre de Yahvé o en los cuatro elementos de la antigüedad clásica que gravitan a su vez en el éter, el inaprehensible quinto elemento que configura y hace posible la realidad. O son los cuatro puntos cardinales indispensables para calcular la órbita de un eterno femenino maldito desde el principio de los tiempos: ese verbo secreto de Dios que se rebeló contra Dios mismo y cuyo nombre ha surcado las edades, la noche y las culturas para llegar hasta nosotros como sinónimo de lamia, súcubo, vampira o ramera: Lilith.
Estas y otras posibilidades concretan el contenido de la puesta en escena del grupo Luna Llena. Y esta multiplicidad de sentidos sólo es posible gracias a la libertad polivalente propia del lenguaje gestual y corporal que se despliega como pura alegoría desde un género casi virgen en Morelia: el del teatro aéreo.
Pero tampoco caeré en el perezoso relajamiento intelectual de aceptar al azar cualquier cosa. Libremente inspirada en La historia de Lilith, un cuento de Teresa Dey en su libro de relatos Mujeres transgresoras (editorial Punto de Lectura, México, 1997), esta Lilith de Luna llena es una aproximación a sensaciones, estampas e improntas que fluyen a partir de la plataforma anecdótica de aquel texto y en tal sentido es una historia de ángeles y humanos, de ascensos y caídas, de estigmas patriarcales y, sobre todo, de poderosas reivindicaciones de igualdad entre lo masculino y lo femenino. Sin embargo, para comprender todo esto es necesario, naturalmente, acudir primero al cuento.

La historia de Lilith se ocupa de la mujer que fue creada al mismo tiempo que Adán para compartir a su lado el Paraíso. Empero, dotada de los mismos atributos de su hombre, Lilith se negó a someterse a él. Los temas de la dignidad y de la igualdad entre géneros son el sustento del relato: Lilith exige equidad, Adán y Dios se la niegan y Lilith decide abandonar el jardín del Edén. Deliberadamente se va al desierto y allí encuentra a Samael (un ángel caído que más tarde la ayudará a vengarse de Adán convertido en la célebre serpiente).
Adán le suplica a Dios que haga regresar a Lilith y Yavéh envía a sus ángeles por ella. Hay línea memorable en esa parte del relato. Lilith se niega a volver; les argumenta: “¿Acaso ignoran que Elohim me regaló también la voluntad?”
De modo que Dios toma una costilla de Adán y crea a Eva. Habría sido un “final feliz” de no ser por el episodio de la serpiente y el fruto prohibido, con el que Lilith y Samael hacen que la pareja “abra los ojos” y reciba la maldición de Dios: aquella que, entre otras cosas, condena a Eva a ser dócil y sumisa a los deseos de su hombre. Adán, por su parte, recibe la orden de enseñorearse de ella, pero este ascendente conlleva también su maldición: “enseñorearse” de su mujer implica unos celos sin reposo.
Así pues, el cuento muestra el origen del antagonismo entre hombres y mujeres, así como la búsqueda de la igualdad, la equidad y la libertad. Toma a Lilith para convertirla en un arquetipo de la dignidad y para proponer lo indispensable de valorar la diferencia dentro de la igualdad. Estos temas están presentes en el trabajo escénico del colectivo Luna Llena.

Pero tampoco basta la referencia del cuento original para comprender este ejercicio que, entre otros elementos, introduce en uno de sus cuadros escénicos un índice de música precolombina. La referencia me ha remitido a una de las deidades más bellas y sobrecogedoras de las culturas mesoamericanas y muy concretamente del panteón azteca, donde recibió el nombre de Coatlicue: la de la falderilla de serpientes, la madre terrible de rostro bifronte que es al mismo tiempo engendradora y verdugo de la humanidad y sus destinos. La gran dadora de la vida y de la muerte. Blanca runa maternal, oscura calavera de obsidiana.

Más allá de las lecturas de contenido en las que es posible reencontrar una y otra vez a los cuatro significantes anecdóticos como unas vestales al servicio del sentido oculto y sagrado de Hécate (como vestales de viento y fuego), Lilith importa por los soportes y técnicas a los que acude el grupo Luna Llena para expresarse, en especial el sustento de largas telas para la práctica de teatro aéreo, un género casi inédito en nuestra ciudad.
Lo interesante es que no hay capricho en esta elección. El teatro aéreo es una plataforma escénica absolutamente híbrida que, por un lado, permite aprovechar y enriquecer lo meramente teatral con técnicas que provienen de lo circense, de la acrobacia y de la danza, y cuyo mayor valor es el de ofrecer un soporte muy generoso para desplegar cuadros plásticos de gran formato. Por otro lado, el echar mano de este “escenario vertical” (como suele describírsele) permite desarrollar un concepto teatral más amplio, que potencía el estudio de formas, conceptos, símbolos y situaciones. Una fusión de técnicas y dimensiones que le abre novedosos caminos a la escena.
Mucho camino hay que recorrer, porque lo cierto es que la experiencia ofrecida por el colectivo Luna Llena aún es incipiente. Pero también es cierto que ellas están abriendo una puerta. Marcan un hito. Y lo menos que uno puede hacer, con humildad y ojos limpios, es aceptar la invitación para conocer lo que cocinan detrás de esa puerta. Ha sido una bella función.